Texto crítico de Ramiro Carrillo

Pollock en Facebook

Como ocurre con Internet, los cuadros de Arístides Santana tienen jerarquías arbitrarias o carecen de ellas, no hay significado ni lectura más allá de la «potencia visual»


RAMIRO CARRILLO. Hará cosa de cinco años, los SMS o mensajes cortos de móvil pasaron a un primer plano de actualidad al demostrar su potencial como medios de comunicación social espontánea. Puede recordarse el pánico que les entró a las productoras de Hollywood al descubrir que los espectadores de los estrenos difundían su opinión sobre la película antes incluso de haber salido del cine, acelerando drásticamente la velocidad de transmisión de la tan temida información «boca a boca»; o, por supuesto, el papel de los SMS en las manifestaciones que siguieron al 11-M de 2004, y sus conocidas consecuencias.

Muy pocos años después, los mensajes de móvil han dejado de ser un formato de comunicación innovador, relegados a un plano secundario ante el apogeo de las redes sociales en Internet. Sitios como Facebook, Twitter o Myspace, por citar los más conocidos, unidos a recursos ya «viejos» del tipo de Youtube o Flickr, han configurado un sistema de dispositivos que no se limitan a facilitar la comunicación y el intercambio de información entre usuarios, sino que constituyen un fenómeno que ha revolucionado los conceptos tradicionales de lo privado y lo público. Los habituales espacios de intimidad (aquellos álbumes de fotos guardados celosamente, la correspondencia personal, los diarios) se han reinventado como archivos colgados en la Red, a disposición de quien quiera verlos, creando un extraño sistema ordenado de acceso abierto a la privacidad, y generando una saturación de imágenes e informaciones (sin interés) sin precedentes.

La obra que Arístides Santana (Las Palmas de Gran Canaria, 1987) expone en el Club Prensa Canaria bajo el título de Ukiyo-e (hasta el 17 de abril) plantea una reflexión sobre la hipersaturación icónica que los sistemas de socialización a través de la Red están creando a nivel global. La extraordinaria popularización de las redes sociales no sólo están cambiando significativamente las formas de relación (en especial las de los jóvenes más enganchados, pero no únicamente) respecto a las de hace tan sólo una década, sino que no es descabellado pensar que el fenómeno puede afectar a la imagen que tenemos de nosotros mismos, o incluso, a la propia forma en la que se configura nuestra percepción.

Las pinturas y dibujos de Arístides Santana se construyen a partir de superposiciones de imágenes que son como la representación en un plano estático de algo que sólo existe como percepción virtual, agrupando en un solo espacio (el del cuadro) escenas con criterios más o menos aleatorios, o reuniendo las imágenes contenidas en una determinada página de una red social. Las obras resultantes son una especie de mapa perceptivo de lo que ocurre en esos sitios, abiertamente inútil para fijar el recuerdo o relatar acontecimientos, pero sin duda muy ilustrativo a la hora de aproximarse a la representación de ese particular universo icónico, cada día más presente en la sociedad.

Como Internet, estos cuadros tienen jerarquías arbitrarias o carecen de ellas: no hay significado ni lectura ni posibilidad de interpretación más allá de la «potencia visual» que una imagen concreta pueda tener casualmente, y por ello destacar del conjunto. Esto es un correlato de lo que ocurre en la Red, donde la jerarquía de las imágenes no responde (como podía aún ocurrir en un pasado reciente) a unos criterios más o menos coherentes (que harían adquirir más visibilidad a las imágenes de bondad, de radicalidad, de izquierdismo, de ecologismo, de sexualidad o de lo que fuera que buscara nuestra mente). Antes bien, la visibilidad de las imágenes actuales responde a su capacidad para destacar, de la manera que sea, por encima del ruido reinante. De esta forma, chorradas como la de los móviles que convierten millos en cotufas adquieren en la Red una inusitada visibilidad, sólo porque son una imagen contundente, novedosa o sorpresiva, sin la menor relación con una jerarquía coherente con nuestras expectativas vitales, sin la menor capacidad para constituirse como referente para la representación, más allá de lo que dura su capacidad epatante. El sujeto contemporáneo ya no es un sujeto que observa para sacar conclusiones y, si acaso, hacer algo al respecto. Es, meramente, un sujeto que observa: observar y reenviar archivos no es un proceso al servicio de una forma de vida, es, sencillamente, una forma de vida.

Las obras de Ukiyo-e pueden verse como reflejos de ese «nuevo» modo de percepción. Su exposición obscena de lo privado (no olvidemos que reproducen material íntimo de páginas sociales) desemboca en su disolución en una trama desjerarquizada y por ello cansina y abstracta. Como si un Pollock burlón pintara con resaca de Facebook: ya no haría falta tejer la trama de sus cuadros con gestos automáticos y abstractos; ahora las propias imágenes, en su apabullante saturación, ya construyen una textura visual omnipresente (all-over) y que no significa nada, que no lleva a ninguna parte.

La pintura de Arístides Santana es de esas que certifican el final de la figuración. La habilidad su obra radica en algo que quizás sea una paradoja: constituirse como un icono de la imposibilidad de procesar la hiperabundancia de imágenes que nos posee. Ya no teníamos muy claro cómo representarnos en el terreno de lo público, y ahora estamos perdiendo la capacidad de representarnos en lo privado. Si no podemos representarnos, difícilmente podremos saber quienes somos. Ya veremos dónde nos lleva esto.

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